miércoles, 1 de septiembre de 2010

La Polillazzera: Africanismo del Jazz (5)

Con mucha frecuencia, en la bibliografía de distintas publicaciones se observan nombres y autores que, además de repetirse y reiterarse como fuente de información en innumerables ediciones, estas obras – debido a la época en que fueron escritas – están prácticamente “desaparecidas” en nuestros días. Cuando por azar o por una eventualidad se tropieza con uno de estos raros ejemplares, la Polilla Jazzera que uno lleva por dentro, sabe que el “alimento” en estos casos consiste en conservar ese material y, dado la importancia del tratamiento procurado al tema desde la perspectiva histórica, la conveniencia de revisitarlo y compartirlo. De eso se trata. Otra mirada, a partir de aquella mirada. (JR)
Continuación… Además, la música africana, cuyo estudio es la base sobre la cual hay que asentar la dilucidación de estos problemas, tiene muy pocos historiadores, musicógrafos, teóricos, críticos y comentaristas, lo cual, como es lógico, dificulta la tarea. Y no es raro que así sea, pues, como lo señala Fernando Ortiz, hasta hace poco, Africa era considerada un continente salvaje y de pueblos antropófagos, acaso de especie infrahumana. Porque, como certeramente ha manifestado Arthur Ramos, “nada más falso que el concepto popular del Africa”.
(…) Ha sido Leo Frobenius, el sagaz etnólogo e historiador germano, quien dijo que la idea del negro bárbaro fue una invención europea para mejor explotarlo y el que realizó la primera tentativa de delimitar los “ciclos de cultura” africana. (…) A pesar de que los fervorosos partidarios de la inferioridad racial pretendieron que la afición musical de la gente de color carecía de trascendencia artística, a la musicalidad de los negros, que se la conoce desde varios siglos atrás por los exploradores y viajeros antiguos y modernos, se la ha aceptado unánimemente. “Los exploradores y etnógrafos – expresa Fernando Ortiz – por lo común, apenas suelen mencionar las habilidades musicales de los pueblos primitivos; pero pocos, en cuanto generalizan algún tanto sus observaciones, pueden prescindir de la música africana. “La música parece ser para el negro un alimento cerebral necesario…” “Ella canaliza el desbordamiento de su emotividad violentamente excitada por el goce o el dolor…” “La música en el negro es la forma más ordinaria de exteriorización de sus sensaciones y sentimientos”. El campo de la música entre los negros es amplísimo, pues abarca toda su vida social”.
Gobineau ha dicho: “La raza negra es la raza del arte”. Manifiesta Erich M. von Hornbostel que “los negros africanos están extraordinariamente dotados para la música, en un promedio probable más que los blancos”.
El musicógrafo africano Oluwole Ayodele Alakija cuenta que “cuando un niño negro es castigado fuertemente llora con todas sus ganas, pero, si nadie le presta atención, su llanto se convierte en una serie de sonidos que no están lejos de ser notas musicales”. H. Junod asevera también que la raza negra es esencialmente musical. Coeuroy y Schaeffner van más allá y sostienen que “el negro es, en sí mismo, un instrumento de música, tanto por el ritmo que lo fascina, com por la habilidad de sus miembros y los recursos de su voz”.
Claro es que esta musicalidad de tanto arraigo en la gente de tez oscura constituye, fundamentalmente, un rasgo tradicional de su cultura, de sus hábitos y de su comportamiento social, en los cuales el arte sonoro desempeña un papel tan vital, y no una característica “racial”, como con frecuencia se ha dicho.
(…) Con harta frecuencia se ha escrito acerca de la africanía del “jazz”; de su trayectoria en la hórridas cala de los barcos negreros, desde el Congo hasta Nueva Orleáns; de su evolución a través del tam-tam africano y de las danzas ejecutadas en la plaza Congo, de esa ciudad – hoy plaza Beauregard – y se han descrito ejecuciones “jazzísticas” en las plantaciones sureñas de los Estados Unidos.
Esa profusión de afirmaciones, apresuradas y exentas de fundamento científico, no proviene, en su mayoría, de los sectores musicológicos, ni de los afrólogos, sino de periodistas deseosos de ofrecer una nota pintoresca. La verdad es que las pruebas científicas de ese origen no abundan. Que no abunden no quiere decir que no existan; las hay. Y, merced a los profundos trabajos que realizan los estudiosos, partiendo de la raíz misma del problema – su raíz antropológica – se reproducen día a día. Es necesario, no obstante, dejar bien aclarado que el del negrismo es un aspecto del “jazz” bastante descuidado por sus musicógrafos e historiadores. A pesar de la amplia y erudita bibliografía que el arte sincopado cuenta en la actualidad, este problema ha sido encarado por muy pocos estudiosos. (Continúa…)

Tomado de: “Estética del Jazz” de Néstor R. Ortiz Oderigo / Ricordi Americana, Buenos Aires, Argentina, 1951

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